A J le gustaba tomar, a veces un poco más de la cuenta. De hecho, varias veces se le “apagaba la tele” y luego no sabía lo que había hecho; y cuando despertaba más tarde tenía como chispazos de memoria. El día en que iba a celebrar su cumpleaños número 30 se juntó con algunos amigos y fueron pasando las botellas. La hora también. Mal que mal era una fiesta, su fiesta. J no recuerda mucho; solo sabe que al día siguiente cuando despertó estaba en la cárcel. Habían pasado cerca de 8 horas en una especie de blackout de su vida. Le venían los chispazos de él con un cuchillo y la sangre de su amigo en las manos. Nunca había hecho algo así, nunca. No entendía cómo ni qué había sucedido. En la desesperación trató de arrancar, tal vez de él mismo y de lo que era capaz con varias botellas encima. Se recuerda corriendo, se ve sentado respondiendo preguntas desorientado, se ve en la noche, en la madrugada, encerrado. Hoy cumple su condena en prisión. Atrás quedaron los trabajos, los estudios, los amigos, la familia. Solo unos pocos, esos fieles que permanecen hasta el final y a pesar de todo. Solo ellos lo visitan y siguen creyendo en él.
Faltan varios años para que J vuelva a ver a su hijo y vuelva a vivir una vida en la que pueda correr por los pastos, tomarse un bus, salir de paseo, escuchar la música que le gusta, leerse un libro lejos de todo. Faltan años que entre esas paredes a veces son segundos y otras son siglos. Años para que escoja lo que desea comer, donde dormir; siglos para que vuelva a nadar en el lago y segundos para que Dios lo abrace con fuerza antes de despertar en esa fría celda sin amigos.
Lo imagino a veces cerrando los ojos para ver si todo esto no es una pesadilla u otra apagada de tele.
No hay nada mas triste que perder el poder de si mismo, ser una especie de marioneta cuyos hilos alguien que no eres tu, los maneja. Muy bien graficado. Un abrazo